La lesión más característica de los tendones peroneos consiste en la luxación de los mismos, que se salen del canal osteofibroso que los rodea, tras un traumatismo indirecto, con un giro brusco del pie en el que se rompe o arranca el retináculo que envuelve los tendones, que se luxan anteriormente sobre la cresta del peroné.
Tras un primer episodio, en el que habitualmente no se identifica en urgencias el alcance de la lesión, la posibilidad de presentar luxaciones recidivantes es alta. Con cada luxación, los tendones pueden romperse al rasgarse en la cresta del peroné, siendo roturas longitudinales de los tendones, que difícilmente pueden cicatrizar de forma espontánea.
El tendón que presenta roturas con mayor frecuencia es el peroneo lateral corto, y las mismas pueden presentarse sin luxación previa de los tendones, en ocasiones no se recuerda bien el traumatismo, aunque en la mayoría de los casos son secundarias a una torsión del tobillo.
El tratamiento de elección es quirúrgico, reparando el retináculo que debe ser reanclado al peroné, recolocando los tendones en su localización retromaleolar, y suturando la rotura longitudinal de los tendones si esta está presente.
Una vez operado el paciente permanece una noche o incluso se marcha a casa el mismo día. Es necesario el uso de muletas y la inmovilización dos semanas con una férula de yeso, hasta la retirada de los puntos de la herida. Los walkers o botas de marcha se usan en la transición entre la descarga y la recuperación de la vida normal, con la ventaja de poder quitarse para dormir y asearse. La vuelta al deporte es progresiva, empezando con bicicleta y piscina, con fortalecimiento en gimnasio, y por último por carrera progresiva.